jueves, 22 de agosto de 2013

Lo que llega


Pasa que no sé de arte.

Menos de arte contemporáneo.

Menos de artes plásticas contemporáneas. Ni de cualquier otro movimiento anterior. No sé nada. Sólo sé ver.

Simplemente me gusta ver cosas y hay cosas que me gusta más que ver otras. La gente o la vida me va mencionando cosas y las cosas bonitas de ver llegan a mis ojos. Y  me pierdo. (En el mejor de los casos en museos y libros, en el peor en tumblr y en internet).

Pues descubro que me gusta ver cosas, verlas y una y otra vez (casi casi como recitar algún poema -volver a Poemas Humanos de Vallejo, por ejemplo-  o cantar una canción vieja, ochentosa).

Entonces pongo acá, esas pequeñas cosas que han llegado a mí recientemente y me emboba ver.

Porque este es mi blog y puedo llorar si quiero.

Frank Stella
Félix Vallotton

Edward Pien: un montón de dibujos superpuestos. No tengo la foto de justo el que vi. Pero era impactante.

Vallotton, otra vez.
Basquiat- Pegasus :')

Y bueno, ya. 

miércoles, 7 de agosto de 2013

Los finales

Uno piensa que muchas cosas están dadas. Que siempre estarán ahí. Es aún peor, pensamos que siempre estaremos en algún lugar (“real”, como en calidad de existencia) y que la gente que nos rodea también forma parte de ese mundo que no cambia. Incluso, pensamos que somos trascendentes. Que morimos y quedamos en la memoria. En los recuerdos. En las historia de quienes nos rodea.

A veces esa sensación de trascendencia cercana hace que me dé cierta paz. Como una sensación que los que quiero y me quieren están en una burbuja. Sin embargo, pasan cosas pequeñas (ínfimas quizás), que me sacan de mi zona de confort. El otro día, Sandra Aguilar, poeta y compañera  de lo que fue el Taller de la Casa del Escritor con el novelista salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa, me comunicaba que la página web www.casadelescritor.org había desaparecido. Desapareció sin aviso. Entonces recordamos que nunca fue nuestra por completa. Nunca supimos dónde había puesto Rafa el host y quizás es el destino de las cosas cotidianas que hacen los que hoy ya están muertos. Una mezcla de situaciones la llevo a dejar de funcionar.

No es que La Casa del Escritor haya desaparecido (físicamente, por ejemplo, sigue ahí). El taller que se daba en la casa del que fuera “el” escritor Salvador Salazar Arrúe en Los Planes de Renderos, ya no volverá. Por lo menos de la manera en que lo conocimos. Y eso ha sido un balde de agua fría para muchos de lo que fuimos participantes.

No es que todo lo vivido por nosotros (casi treinta jóvenes) que pasamos por ahí haya desaparecido. Incluso, tenemos dos antologías “Memorias de la Casa”, pero claro que es un visión desde el presente hacia al pasado. Pero la página web era un resumen, una carta de presentación de lo que éramos. Un poco eso. Un poco, una muestra. Esa sensación de colectivo permanente y constante, de vernos listados juntos
.
Ese listado ya no está. He intentado acordarme cómo estábamos puestos. Qué material (la última actualización era del 2007) así que estábamos además ahí, más pequeños. Una foto que ya parece antigua de quienes somos. Pienso que esto me da un sinsabor, no sólo porque me quita parte de la historia colectiva. Es por lo frágiles que son los recuerdos. No puedo enumerar en mi cabeza las fotos del sitio. No puedo enumerar incluso los que estaban en la lista (porque los más nuevos del taller ya no estaban).

El sin sabor es saber que los recuerdos van siendo cada vez más subjetivos. Cada vez más recuerdos y la verdadera muerte es que los recuerdos ya no son sensaciones vivas, sino como entrañamientos, cosas vueltas a un sitio demasiado personal y frágil.

Entonces pienso no sólo en Rafael. Pienso en todos los que quiero. Y en los que me quieren. Como estamos destinados a desaparecer. De manera íntima, subjetiva, mental en cada uno de los que conocimos y conocemos.


Me imagino que lahipersensibilidad que tengo del recuerdo y de las historias que hilan esos recuerdos es un poco por donde me tocó vivir. Un país donde la historia y la memoria colectiva se pierden, se cruza con lo emocional. Donde aún escribimos el pasado desde el dolor, es cuando la fragilidad de los pequeños registros, duele.
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