martes, 30 de octubre de 2012

De taxis

(I)
La ciudad es inmensa. Sábado 21  al medio día, lo es.
-¿Me llevas a la Casa Estudio de Diego Rivera?
-¿Sabe cómo llegar?
-Caminando, pero así en coche, no.
-Entonces pues mejor agarre otro taxi.

Segundo intento.

-¿Me llevas al museo de la Casa Estudio de Diego Rivera?
-¿Sabe cómo llegar?
-Caminando, pero así en coche, no. Las calles son raras, pero es sobre esta Altavista.
-Ummm. Es mi primer día de taxista.
-¿En serio?
-Sí, y pues se supone que el sur es lo que conozco.
-¿Conoce el San Angel Inn?
-Sí, el que está por la curva.
-Por ahí.
-Casi la bajo, pierdo el viaje y sé cómo llegar.

Cuatro años en esta ciudad y nunca un taxista me había bajado de su taxi por no saber cómo llegar, ni nunca me había tocado un taxista en su primer día. Que me sucedan las dos el mismo día, es muy raro.

(2)
Sábado 29.

-Me llevas al centro de Coyoacán
-...
-...
-Perdón, ¿Centro de Coyoacán, me dijiste?
-Sí
[Suena el teléfono y contesto y hablo en mi natural acento y termino diciendo un "Chivo" delatador para cuando ya acordé algo con quien estaba hablando].
-¿De dónde eres, amiga?
-De El Salvador.
-Te había notado el acento pero pensé que eras de provincia.
-Sí, me dicen que sueno a chiapaneca o veracruzana.
-Sí, veracruzana.
-Oye, colecciono monedas. ¿No tendrás una moneda de tu país?
-Pues es el dólar. Lo que tenemos son dólares.
-¿Americanos?
-Sí. Estamos dolarizados
-No sabía. ¿Desde cuándo?
-Desde el 2001.

Siempre preguntan si son "americanos". No sé porqué esa es la primera reacción. Siempre. Quizás albergan la esperanza que seamos como Canadá que tiene sus propios dólares.


(3)

Sábado 29. Después de comer con la Nena y Chito en el Centro de Coyoacán, tomamos un taxi. Están prontos a irse al aeropuerto.

-Sí, derecho - dice la Nena, cuando el taxista pregunta por las direcciones.
-Sí, recto. Ustedes dicen recto - nos dice el taxista, que había tenido una novia chiapaneca, en ciudad fronteriza con Guatemala.

Luego nos deja de tarea que oigamos "La Niña de Guatemala" de Oscar Chávez, que la busquemos en internet que todo está ahí. "Dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor", nos recita.



Es un poema muy bonito de José Martí.


jueves, 25 de octubre de 2012

De los problemas de enamorarse de hombres con nombres no asignados a ningún personaje


“X”, dijo. Yo asentí a sus grandes ojos que me sonreían más que su sonrisa (que podría haber tenido una mejor dentadura): me pidió mi teléfono, no sé cómo. O eso creí cuando yo escribía mi número borroso en un post-it fucsia, que con mis nervios hechos dedos sudorosos ya no tenía adhesivo y era un papelito normal y arrugado.

Los días siguientes me la pasé viendo el teléfono, esperando poder marcar a la inversa, con el sólo hecho de mirar el artefacto, cerrar los ojos y un “ring” estridente que aparece en la habitación. Después de mucho ver el aparato, noté que había una pequeñita mancha cerca de donde uno pone el oído. Pensé que el pobre teléfono al no emitir sonido había llenado con sus propias flemas el vacío que se crea cuando no hay remitente y por tanto no hay destinatarios. Los teléfonos que viven del paso de mensajes, se ponen tristes cuando no son utilizados. En la tristeza, les da gripe. Es algo demasiado común, pero aún más común en teléfonos viejos y pasados de moda.

Cuando le alcancé un clínex a la pobre máquina me di cuenta que la flema no era tal. Era una cosa viscosa, sí. Verde gelatinosa. Pero que adentro tenía algo más. Vi que se movía. Esperando entonces que fuera una llamada perdida o algo así, le acerqué un poquito de luz de una lamparita. Con el calorcito la viscosidad mostró su luminosidad y transparencia de lo que ocultaba. Un hombrecito muy chiquito se chupaba el dedo y dormía. No quise despertarlo.

Me puse entonces a vigilar el teléfono. Esperando ya no a “X”, sino al hombrecito. Dos días de tener la lamparita, empezó a salir de su capullo. Salió y floreció. Para mi sorpresa y beneplácito, con ropa. “Soy Bruno”, me dijo. Noté que se parecía excesivamente a “X”. Pero tenía, eso sí, mejor dentadura, una plática muy florida y un afán por el jazz. En su útil tamaño, Bruno cabía exactamente en mi bolsillo izquierdo, maravillándome de comentarios al tiro y que me hacían reír de manera estrepitosa mientras caminaba. Mis carcajadas se intensificaban por las cosquillas que el pequeño pasajero ocasionaba en mi seno, cuando en su afán de acompañar con ademanes exagerados sus historias movía los brazos abiertamente provocando una pequeña brisa entre la camisa y el escote.

Un par de semanas después, me encontré con “X”, en los pasillos de un lugar común. Levantó la mano y saludó. Yo casi no lo reconocía. Me preguntó si mantenía el mismo número de teléfono. Que pronto me hablaría para ir por café, o para el cine, que había un festival de documentales. Yo asentí. Lo miré extrañada, porque Bruno ya no se parecía a él.

Mientras “X” me trataba de convencer de alguna teoría lógica sobre la cual las llamadas se quedan perdidas en el aire de los transistores de viejos teléfonos que no han sido vacunados contra la gripe, Bruno se trepó a mi cuello y se paró en mi hombro. Me susurró al oído “Todos son personajes hasta que se demuestre lo contrario”. Yo sonreí, “X” pensó que era por algo que él había dicho y sonrió también, con su mala dentadura. 

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...