lunes, 23 de septiembre de 2013

Los miedos

Nunca he sido una persona que le encanten los riesgos. Jamás.

De niña no salía a jugar y me quedaba viendo televisión. Ser la adolescente que regañaba a sus amigas por temerarias (oh, hay tanta frases de mamá con las que me pueden molestar mis amigos), ser la que siempre es precavida. La precaución del miedo. El no entender porqué a tus amigos les gustan las cosas extremas.

Yo crecí con miedos de todos los tipos. Los grandes se hicieron pánicos. Ir en medio de la calle y tener la certeza irracional que el mundo se va acabar. Uno aprende a vivir con sus miedos. Con un poco de ayuda por aquí y por allá. Con un poco de entrenamiento y conocimiento propio.

Y uno a veces, en realidad, está medio dormido. Y no tiene consciencia de sus miedos (¡Bendita sea la inconsciencia de las rutinas!). Entonces es cuando atacan. Uno está medio dormido, se pone unos zapatos viejos, saca al perro (prestado) y un charco de agua en las escaleras ataca como esos pánicos.

Y uno no paniquea. Es más, todo parece ajeno.

El sonido que algo se quiebra. Pedir ayuda. Luego pensar que todo va a salir bien porque al final "puedo mover los dedos del pie". Pero llegar al consultorio y oír al doctor atrás tuyo (antes de llegar enfrente de vos) decir "está roto". Y saber que todo se fue a la chingada. Que el viaje a Chile que tenías planeado para dentro de menos de una semana se fue a la chingada. Tu primer congreso internacional, se fue a la chingada. Y no, el mundo no se va acabar, se va acabar un viaje.

Duele y estás afuera. Porque hay una certeza extraña. No lloras (no, hasta no ver la cuenta).

[Recuérdenme de darle vuelta al cuarto para encontrar la cartilla del ISSTE. Amiguitos, tengan sus seguros a la mano, los accidentes sí pasan].

No parece tan grave. Quizás puede serlo, pero no como en los miedos que te paralizaban antes, esos que no se cumplen. La realidad es menos real que tus miedos.



Y claro, es que no estoy sola. Gracias a los que han reaccionado. A los que mandan un mensajito. A los que dan like en facebook. A los que me cuentan un chisme para distraerme. Y pues ya saben, revire y contra.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Perdón, soy mujer

Los nervios. ¿cómo se dice? ¿cómo se pide? El pudor. Esa es ella, yo. Ana, de como doce años, seguro. Pidiendo un paquete de "kotex" en la tienda, quizás por primera vez o por alguna vez primera vez. El paquete lo envuelven papel periódico. Porque andar con la regla es algo íntimo. Y una vergüenza. Y si me voy a llevar eso, debe estar cubierto o así se asume.

Lo mismo, si había algún accidente. Una mancha. Algo. La vergüenza. El estrés de estar en el colegio, y ponerse el suéter en la cintura, que quizás estaba prohibido (es que las niñas se suben la falda y se amarran el suéter) y decirle a la profesora (con suerte, mujer): "es que me manché".

Con el tiempo aprendí a decir: "no lo envuelva", en la tienda. Ante cara de sorpresa de la señora de la tienda (e incluso luego a pedirlo cuando atendía un hombre). Aprendí a hacerlo. Y supongo que me considero bastante abierta a hablar de mis dolores cada mes (muchos, benditos Naproxeno, Ibuprufeno y Ketorolaco). Porque literal, yo no pedí nacer (mujer).

Pero sin duda, algo de mí todavía envuelve en periódico la vergüenza de ser mujer.

Hace una semana me hicieron una intervención por una úlcera en el útero. No es complicada. No lo he andado contando mucho (¿por qué? Si yo todo cuento, soy un alma extrovertida que escribe en todos lados, todo). Y cuando lo cuento, aclaro (como hoja de papel periódico sobre paquete de toallas sanitarias) que "no es nada de papiloma o de infección". Como si tuviera que explicar que esa úlcera es mía. O porqué la tengo.(Que no lo sé). Si me merezco "el castigo" o no.  Como si tuviera que dar cuenta de una enfermedad.

Mi reacción, de mujer, me ha sorprendido. Uno nunca sabe qué tan adentro tiene muchos pensamientos. Y ahora, una semana después de la intervención --que además ando con la regla-- se me vienen estas ideas. Y decido pues, escribirlas, para decirme a mi misma, como a la señora de la tienda, que no tengo que envolver nada.

[Aunque parte de mí también quiere decirles algo. Señora, señorita, mujer, mujercita: vaya al ginecólogo una vez al año, no deje esperar dos, puede ahorrarse mucho]
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