Nunca he sido una persona que le encanten los riesgos. Jamás.
De niña no salía a jugar y me quedaba viendo televisión. Ser la adolescente que regañaba a sus amigas por temerarias (oh, hay tanta frases de mamá con las que me pueden molestar mis amigos), ser la que siempre es precavida. La precaución del miedo. El no entender porqué a tus amigos les gustan las cosas extremas.
Yo crecí con miedos de todos los tipos. Los grandes se hicieron pánicos. Ir en medio de la calle y tener la certeza irracional que el mundo se va acabar. Uno aprende a vivir con sus miedos. Con un poco de ayuda por aquí y por allá. Con un poco de entrenamiento y conocimiento propio.
Y uno a veces, en realidad, está medio dormido. Y no tiene consciencia de sus miedos (¡Bendita sea la inconsciencia de las rutinas!). Entonces es cuando atacan. Uno está medio dormido, se pone unos zapatos viejos, saca al perro (prestado) y un charco de agua en las escaleras ataca como esos pánicos.
Y uno no paniquea. Es más, todo parece ajeno.
El sonido que algo se quiebra. Pedir ayuda. Luego pensar que todo va a salir bien porque al final "puedo mover los dedos del pie". Pero llegar al consultorio y oír al doctor atrás tuyo (antes de llegar enfrente de vos) decir "está roto". Y saber que todo se fue a la chingada. Que el viaje a Chile que tenías planeado para dentro de menos de una semana se fue a la chingada. Tu primer congreso internacional, se fue a la chingada. Y no, el mundo no se va acabar, se va acabar un viaje.
Duele y estás afuera. Porque hay una certeza extraña. No lloras (no, hasta no ver la cuenta).
[Recuérdenme de darle vuelta al cuarto para encontrar la cartilla del ISSTE. Amiguitos, tengan sus seguros a la mano, los accidentes sí pasan].
No parece tan grave. Quizás puede serlo, pero no como en los miedos que te paralizaban antes, esos que no se cumplen. La realidad es menos real que tus miedos.
Y claro, es que no estoy sola. Gracias a los que han reaccionado. A los que mandan un mensajito. A los que dan like en facebook. A los que me cuentan un chisme para distraerme. Y pues ya saben, revire y contra.
De niña no salía a jugar y me quedaba viendo televisión. Ser la adolescente que regañaba a sus amigas por temerarias (oh, hay tanta frases de mamá con las que me pueden molestar mis amigos), ser la que siempre es precavida. La precaución del miedo. El no entender porqué a tus amigos les gustan las cosas extremas.
Yo crecí con miedos de todos los tipos. Los grandes se hicieron pánicos. Ir en medio de la calle y tener la certeza irracional que el mundo se va acabar. Uno aprende a vivir con sus miedos. Con un poco de ayuda por aquí y por allá. Con un poco de entrenamiento y conocimiento propio.
Y uno a veces, en realidad, está medio dormido. Y no tiene consciencia de sus miedos (¡Bendita sea la inconsciencia de las rutinas!). Entonces es cuando atacan. Uno está medio dormido, se pone unos zapatos viejos, saca al perro (prestado) y un charco de agua en las escaleras ataca como esos pánicos.
Y uno no paniquea. Es más, todo parece ajeno.
El sonido que algo se quiebra. Pedir ayuda. Luego pensar que todo va a salir bien porque al final "puedo mover los dedos del pie". Pero llegar al consultorio y oír al doctor atrás tuyo (antes de llegar enfrente de vos) decir "está roto". Y saber que todo se fue a la chingada. Que el viaje a Chile que tenías planeado para dentro de menos de una semana se fue a la chingada. Tu primer congreso internacional, se fue a la chingada. Y no, el mundo no se va acabar, se va acabar un viaje.
Duele y estás afuera. Porque hay una certeza extraña. No lloras (no, hasta no ver la cuenta).
[Recuérdenme de darle vuelta al cuarto para encontrar la cartilla del ISSTE. Amiguitos, tengan sus seguros a la mano, los accidentes sí pasan].
No parece tan grave. Quizás puede serlo, pero no como en los miedos que te paralizaban antes, esos que no se cumplen. La realidad es menos real que tus miedos.
Y claro, es que no estoy sola. Gracias a los que han reaccionado. A los que mandan un mensajito. A los que dan like en facebook. A los que me cuentan un chisme para distraerme. Y pues ya saben, revire y contra.