Me sucede cuando leo a un autor que "suena" como algo. Quizás eso explique mi fascinación por leer más a hombres que a mujeres (perdón, sé que debería ser menos sesgada y apoyar la causa de las mujeres escritoras, pero me derrito por los hombres). Me encantan los narradores fuertes. Omniscientes o metacientes (me acabo de inventar la palabra, esos que saben que ellos cumplen la función de narradores, ayúdenme con mi ignorancia)
Quizás por eso me enamoré de Vonnegut. Nunca lo había leído. Pero llegó una tablet a mis manos (¡Gracias, Alberto!). Y con ella un kindle. Y en cuestión de instantes ya tenía a Vonnegut ahí cerquita. Con su expresión sarcástica y sus dibujos en Cuna de Gato y Desayuno de Campeones. "Es que me hace reír" dicen las enamoradas, algo así.
[Luego aprendí cómo usar los epub y hoy hay una fila de libros electrónicos que se le suman a la fila de libros físicos que tengo por leer]. [ANA, HACÉ LA TESIS]
Pero ante este narrador tan simpático, tan impresionante (que impresiona e imprime) ¿cómo podía seguir leyendo a otro? ¿Cómo se hace en esa transición? Esa donde los autores revuelan la cabeza y ya hasta las instrucciones del champú me parecen dictadas por esa voz muda conocida, en mi caso la de Vonnegut.
Tuve que dejar pasar un tiempo. ¿Sólo a mi me pasa eso? ¿Cada vez mis neurosis están peor? No lo sé. Pero me cuesta hacer la transición cuando las maneras de narrar son tan "así" (véase cómo me adhiero a definiciones concretas). Intenté empezar con Perec (y no, no logré despegarme de Vonnegut). Sí, soy esa lectora indisciplinada, que además cree en la suerte de que los libros deben llegar cuando deben llegar y no cuando uno quiere.
Pensé que era una cuestión de géneros. Que debía leer cuentos para despedirme de la novela. Los cuentos son cortos, muchos más manejables. O pues quizás leer poesía. Buscando ahí en ese laberinto de epubs que construí en bibliotecas virtuales, llegue a Kawabata. Tan elegante y pulcro. Menos atiborrado. Como si fuera un gran señor con sombrero, sacando palabras e imágenes de él. Hay hoy una parte de mí que lee todo con voz ronca muda (sin timbre, a pesar que me da la impresión de ser ronca, no me imagino un timbre en específico). Leo como con tiempos espaciados. Como que esa lectura serenara por ratos, para luego caer en todo lo que no se dijo. No, no me vuelve como quinceañera loca (oh, Vonnegut, soy tu fangirl arrebatada). Pero es el elegante enigma lo que me enamora. Es el misterio o morbo elegante.
Soy fácil. Ya terminé un libro y voy por otro. Temo que me enamoro muy rápido.
Quizás por eso me enamoré de Vonnegut. Nunca lo había leído. Pero llegó una tablet a mis manos (¡Gracias, Alberto!). Y con ella un kindle. Y en cuestión de instantes ya tenía a Vonnegut ahí cerquita. Con su expresión sarcástica y sus dibujos en Cuna de Gato y Desayuno de Campeones. "Es que me hace reír" dicen las enamoradas, algo así.
[Luego aprendí cómo usar los epub y hoy hay una fila de libros electrónicos que se le suman a la fila de libros físicos que tengo por leer]. [ANA, HACÉ LA TESIS]
Pero ante este narrador tan simpático, tan impresionante (que impresiona e imprime) ¿cómo podía seguir leyendo a otro? ¿Cómo se hace en esa transición? Esa donde los autores revuelan la cabeza y ya hasta las instrucciones del champú me parecen dictadas por esa voz muda conocida, en mi caso la de Vonnegut.
Tuve que dejar pasar un tiempo. ¿Sólo a mi me pasa eso? ¿Cada vez mis neurosis están peor? No lo sé. Pero me cuesta hacer la transición cuando las maneras de narrar son tan "así" (véase cómo me adhiero a definiciones concretas). Intenté empezar con Perec (y no, no logré despegarme de Vonnegut). Sí, soy esa lectora indisciplinada, que además cree en la suerte de que los libros deben llegar cuando deben llegar y no cuando uno quiere.
Pensé que era una cuestión de géneros. Que debía leer cuentos para despedirme de la novela. Los cuentos son cortos, muchos más manejables. O pues quizás leer poesía. Buscando ahí en ese laberinto de epubs que construí en bibliotecas virtuales, llegue a Kawabata. Tan elegante y pulcro. Menos atiborrado. Como si fuera un gran señor con sombrero, sacando palabras e imágenes de él. Hay hoy una parte de mí que lee todo con voz ronca muda (sin timbre, a pesar que me da la impresión de ser ronca, no me imagino un timbre en específico). Leo como con tiempos espaciados. Como que esa lectura serenara por ratos, para luego caer en todo lo que no se dijo. No, no me vuelve como quinceañera loca (oh, Vonnegut, soy tu fangirl arrebatada). Pero es el elegante enigma lo que me enamora. Es el misterio o morbo elegante.
Soy fácil. Ya terminé un libro y voy por otro. Temo que me enamoro muy rápido.