El cielo falso

Siempre antes dormir he observado el cielo falso. La primera vez que lo hice de manera conciente, habré tenido quizás cinco años. La asombrosa manera que se dividía ante mis ojos los cuadros blancos de plywood y su sentido a nivel diagonal, perfectos para saltarlos con la vista y entonces jugar a que lo que ven mis ojos son pasos o saltos de algún transeúnte que esquiva tocar el metal. Los cuadros parecían ser muchos y en su blancura siempre aparecían en la habitación oscura. Ya no tengo cinco años. Y la verdad el cielo falso sigue siendo eso: un preludio. Un antes maravilloso. La cama sigue siendo grande como que si yo nunca hubiera crecido. Y siempre la sensación del preludio de todo antes de dormir: saber que hay tantos cielos falsos, tanto metal de por medio y tantos cielos falsos que han de ser vistos por mí tantas veces antes de dormir. Los mundos que no caben en esta cama de noventa centímetros de ancho. Tanto abismo antes de volver a mi abismo. Despertar y saber que el cielo falso sigue siendo falso, miles de mundos colapsarán cuando despierte y todas las posibilidades habrán acabado. El cielo falso es cielo falso, no es un camino, no es un juego. Hay que despertarse. Pero siempre soy una mujer que camina en diagonal sobre las losas y veo que en cielo hay una mujer atada a la cama que no puede despertar.