Post final.. los anteriores están aquí y acá
México D.F., a los 11 días de Enero de 2011.
A veces quisiera escribir cartas con fechas, a la vieja usanza. Uno lo abre y ahí está: tiempo y espacio para decir algo.
Pero no siempre es tan fácil.
Escribo desde mi cuarto en el Distrito Federal. Este es mi cuarto. El cuarto en San Salvador era mi cuarto, Pero ya no es mío. Tiene mi cama y mis muebles. Pero todo lo que soy está más cómodo en este cuarto de por acá. En esta ciudad donde hace frío.
Debo contar como terminé de llegar a El Salvador, aunque yo ya estoy en México. A esta carta, pues, no sabría como ponerle lugar y fecha. Es anacrónica y está en espacios diferentes.
*Pausa de suspenso*
Empezaré por decir que los buses galgos son muy grises. Que Cindy nunca fue mi compañera de asiento. Porque resultó que había un galgos espacial a Guatemala. Nunca le dije buen viaje. Estos viajes están llenos de saludos y de no saludos.
La frontera está bien cerquita de Tapachula. En mi pequeño viaje, encendí mi reproductor de mp3 de 1GB sonó Dave Matthews Band y miraba los arbolitos por la ventana. Casi se me olvida de los infantes que venían atrás si no fuera porque movían mi asiento. El viaje será largo, pensé.
La frontera estaba tan cerca. Me bajé con mis documentos. Por primera vez usaría mi credencial. Antes el FM-3 , mi documento migratorio, era una libreta verde que parecía de los años 50's (y también mi foto tomada en el reconocido "Foto Flores"). Hoy es una credencial. La foto parece, según dice mi hermana, de una internada en siquiátrico. Yo digo que nomás me veo anémica. No sé porqué pero me emocionaba utilizar mi documento migratorio nuevo (soy tan ñoña, a veces, bueno, bien seguido).
En la filita me encontré a los hermanitos. Bien buena onda. Nos hicimos cherada. Luego llegó el nicaragüense. Y ellos fumaban y yo no. Y luego llegó un chico de Tabasco. Nos hicimos una "mara", pué. Haciendo los trámites y esas cosas.
Me fui al baño de la oficina de Galgos de la Frontera. Maravilloso cuando no sirven las chapas. La señora salió corriendo, porque cuando terminé ya no estaba. Yo quería por lo menos que supiera mi nombre si ya me conocía tan a fondo.
Nos subimos de nuevo al bus. El chico de Tabasco me preguntó que si no me quería pasar para adelante. El iba justo atrás de los hermanitos. Y pues pensé que era extraño aceptar ir a la par de un desconocido todo el viaje. Pero yo sabía que no iba a soportar a los infantes a mi alrededor. Y pues ahí estaban los otros y podía ser más divertido. Así que me cambié. Los asientos iban mucho más adelante que el que tenía. Eso también era un plus.
El viaje transcurrió. Oí música. Leí un par de cuentos de Kafka.
Se subió un señor a vender comida. Tenía precios en las tres monedas, no se cansaba de decir: dólar, peso y quetzal. El plato costaba: 40 pesos, 3 dólares o 20 quetzales. No eran grandes. Pero pues hacían su cometido.
Comimos.
Leí un poco más.
De repente, un olor. Un olor horrible inundó el bus. Pensé que a lo mejor era sólo un lugar por dónde pasábamos. No. Alguien omitió las indicaciones que nos dio la azafata más caderuda de la historia (cada vez que pasaba me golpeaba el hombro). La señora había dicho claramente que el baño era solo para orinar. Pero no.
Así que mi historia se detiene momentáneamente aquí, después de deternos en la gasolinera mientras la culpable limpiaba el baño.
6 horas de viaje. En ese estado.
Luego, llegar a El Salvador. A abrazar a mis queridos, con la pena que sentía que yo era toda una m***da andante. Pero me dijeron que sólo olía al cigarro de mis acompañantes.
***
En otras curiosidades, le pedí el celular prestado a la señora de mi encuentro bañístico en la frontera. Era salvadoreña y se puso a hablar y todos le caímos encima, porque el bus se atrasó 2 horas y media.
¿El regreso a México?
También tuvo sus cosas. Memorables. Como conocer a un indio (de la India) que reside en Canadá en Tapachula.Pero en esos regresos, siempre voy más triste.
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