martes, 22 de febrero de 2011

Twitteratura #NOT

¿Pueden existir los libros sin editores? ¿Cuál sería la diferencia entre la twitteratura y la auto-publicación y los poetas que venden sus poemas en Coyoacán?

A lo mejor soy muy purista. Demasiado. Me divierto en tuiter (tengo más de 15,000 tuits que a ninguno calificaría de twitteratura). Me parece un gran fenómeno social, cultural, ingenioso. Hay tuiteros muy muy ingeniosos. Me entretienen. Otros me informan. A lo mejor alguien puede tomar el escribir cortos de 140 caracteres como un ejercicio de escritura, como Sabines hablaba de su escritura de sombra, esa que hacía diariamente para ejercitarse. Puede ser. Puede ser que funcione. La microficción puede ser interesante. Como un primer inicio, como parte de un proceso. Si tuviera más garantía.

Me preocupa la ausencia del proceso editorial. Y sí, podemos criticar los procesos editoriales actuales, no son perfectos, quizá. A lo mejor. Pero en twitter, como en casi toda herramienta de auto-publicación como este blog -este justo que está leyendo- no tiene más control de calidad que su propio autor. ¿Quién corrige? ¿Quién publica? Esta falsa democracia literaria con la única regla de 140 caracteres me parecería más cercana a una anarquía. ¿Y si usted, estimado twitterato, se equivoca de preposición quién lo corrige? ¿No querría alguien tener algo más que su propio criterio sobre la calidad de sus escritos, algo más que dar clic en el botón "tweet"?.

De la red han salido cosas lindas como Justin Bieber, a puro clamor del pueblo, la democracia de las ventas. ¿Validará una estrellita del pueblo puesta a un tuit que lo llamemos literatura? A mi me quedan muchas dudas.

Yo seguiré buscando a literatura donde siempre la he encontrado: en los libros. A lo mejor luego me trague mis palabras, pero ahí está la labor de los twitteratos, convencer como lo han hecho siempre los escritores: con calidad.

sábado, 12 de febrero de 2011

De Tokio Blues

Siempre me han dado mala espina los best-sellers de autores que están vivos. Un poco de desconfianza. El pequeño pepegrillo-hipster que llevamos dentro dice algo cuando uno está en la librería y uno ve demasiado de un mismo autor que no sea un ya clásico.

Pues es inevitable. Y es que en el mundo de lo popular que enaltece a Shakira que está loca por su tigre, confiar en los gustos populares es bien difícil.

Pero Tokio Blues llegó a mis manos. Me lo leí en medio de buses y de filas y de calles en México DF.  Un gran compañero. Un narrador que cae bien. Un mundo ajeno en mis manos, en una ciudad ya no tan ajena. Así viví Tokio Blues.

Alguien me dijo que sólo hay tres grandes temas: la locura, la muerte y el amor. Tokio Blues los tiene todos. El suicidio es el eje principal, pero sobre todo otra visión de la muerte. Una muerte que está ahí. Que existe. Se nombra, con nombre y apellido. La gente se muere y además la gente se mata. Pero la gente es sexual y está en relación con los otros.

El protagonista Toru Watanabe es alguien que desde su adultez narra su juventud en los años 60's en Japón. Se pueden ver todas sus transiciones -no puedo evitar siempre observar estas cosas, ustedes disculparán: dejar su  casa, empezar la universidad, trabajar, iniciar su vida sexual, vivir solo y, como extraño contexto, la muerte de su mejor amigo.

Toru entonces es el gran oyente de las historias. Los diálogos son lossegundos narradores de las historias del resto de personajes. Un Watanabe que se limita a decir un "Entiendo", "Continúa". Entonces los personajes, sobre todo femeninos, le quitan la batuta. Hablan mucho, se describen, dicen cómo son y qué cosas les gustan abiertamente. Cuando Watanabe tiene la batuta, cuando es un narrador, entonces es el detalle el que acompaña la historia. El detalle es sobre todo gastronómico (qué comen y cómo comen), musical (qué escuchan) y literario (qué libro está leyendo).

El libro me gustó mucho. Me parece que está bien armado. No pretende ser "la" novela ni buscar giros extraños ni totalmente sorprendentes. Es una historia bien armada y contada. Hay una película. La quiero ver, porque realmente quiero oir el soundtrack.

Por lo pronto, el jueves salió a la venta en México el 1q84, cuyo ejemplar ya está en mi escritorio, esperando su turno.

martes, 8 de febrero de 2011

De San Valentín, comerciales y ser la misma

Pues resulta que siento que vivo en ningún lugar.

Sí.

Así.

Normalmente, por estas fechas me quejaba porque ponían un pinche corazón en todos lados y uno sabía que la publicidad y el marketing hacían que San Valentín -que fue un santo que fue quemado- se le asocie a un querubín con alas, en todo caso proveniente de la cultura griega: Cúpido. El sincretismo de nuestra era. Segurito que ya pronto veremos a Buda y al comercio justo celebrando el día del amor y la amistad (que debe ser una causa justa y salva tortuguitas).

Pero pues vivo, digamos, en mi mundo. Que no es ninguno. Vivo en un departamento normal, en una unidad de edificios normales. Tengo tele, que no veo, porque no tuve tele mucho tiempo. Por el contrario yo escojo mis mercancías culturales que consumo. No me atengo a los horarios y muchos menos veo comerciales. Este finde hubo un puente y aproveché de ir al cine. En el cine vi "Comerciales", tenía mucho mucho tiempo de no verlos. Vi un anuncio de un Renault que tiene responsabilidad social, yo me reí, mucho mucho. En serio. Estaba tan desacostumbrada a la publicidad que se me hacía una jalada que nadie más se estuviera riendo de lo falsísimo de lo que decían. Y me carcajeé y la señora del lado se me quedó viendo feo.

Así es, vivo en mi pequeña burbujita. En los buses leo. Presto poca atención a menos que el Papa-americano, o como sea asalte a decibles inesperados en mi trayecto. Estoy pero no estoy en contacto con muchas cosas. Y eso es bueno supongo. Porque noticias al instante no me faltan, estoy ya casi aburrida de algunas noticias cuando apenas se dan cuenta los demás (las (des)ventajas del tuiter).

Y ahí voy, me siento siempre extranjera. Pero una extranjera que se esconde un poco de la bulla y demás. Ahí detrás de un libro, viendo a veces a la gente, pensando en qué hará de tesis, podrá ver a una Ana caminando el mismo camino casi todos los días y entonces a veces, cuando ando por la Avenida Universidad tengo un flashback de cuando regresaba del colegio en San Salvador, de ir en la Calle al Volcán. Pienso que detrás quizás del Walmart o de Hermanos Vásquez va salir a veces un señor Volcán de San Salvador, porque veo unas montañas así, a lo lejos azulitas y celestes.

Y recuerdo entonces las veces que me quedé en la 30-B hasta la siguiente parada porque por ir leyendo no me bajaba en la que me tocaba.

Al final soy la misma. Y creo que me pone extrañamente feliz.


sábado, 5 de febrero de 2011

De salirse de la zona de confort porque se puede, en cinco minutos

El otro día me preguntaba porqué uno es un autómata constantemente. Uno se levanta todos los días y tiene rutinas que dan comodidad. Pero cada vez pensamos menos. ¿Qué tal si mañana me levanto y nomás porque me da la gana me pongo 5 minutos a ver en la ventana los árboles? Nadie se va dar cuenta. Y yo me voy a sentir bien.

Y que tal si salirse de la rutina, no significa solamente que yo me voy a sentir mejor, si no que realmente implica cambios sutiles, pero significativos. No, no hablo de consumir productos orgánicos -que son excesivamente caros- si no hacer las cosas diferentes porque se puede.

No. No estoy llamando a una revolución. Porque hace tiempo dejé de creer en ellas.

Tampoco a un movimiento mundial de algo. *inserte aquí un hashtag para tuiter*

Tampoco sé muy bien qué podría significar.

Digo, es que a veces, me atrapan las rutinas de todo. Y creo que a todos. Todo tiene horario y fecha en el calendario, canario. Y parece que ese "free will" no existe. Para nada.

Un día, cinco minutos, deje de pensar en sus deudas, de sus tareas, de sus tesis, de sus crisis existenciales-porque-no-sabe-que-quiere-de-la-vida.

Son cinco minutos, la vida es eterna en cinco minutos.

Dése cinco minutos.

Yo voy a intentarlo.
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