Me levanto decidida a la 7 AM. Hoy a trabajar. Hay que bañarse con 8 grados, lo cual no es tan terrible. Ha estado peor.
Pienso que pienso muchas cosas. Tengo mucha MUCHA información y me cuesta organizarla. Porque cuando empiezo a leer cosas de economía me vuelvo economista. Cuestiones de la multisituación del self, decían en mi clase de análisis cuali.
Y eso me estresa. Porque tengo que leerme a mí misma como si fuera otra, de lejos, afuera, sociodemógrafa.
Me cambio. Me pongo chamarra y bufanda, que sé que me tendré que quitar más tarde. Porque luego hace calor.
Me encuentro con un amigo. Nos vamos a trabajar a un café. Para cambiar de aires. Me duele la cabeza. Puede ser que se me quite con el café. No tanto. Mi amigo me interrumpe contándome de sus lecturas (trabaja migración y fecundidad). Todo me enoja. En algún momento, le digo "Ser mujer es una mierda". No importa la lectura de Nepal, México o de Thailandia, las mujeres salen perdiendo siempre.
Mi computadora se apaga cada cinco minutos. La odio ya. La pobre que ha sido tan fiel en sus tres años y medio (o más) de compañía.
Me sigue doliendo la cabeza. A lo mejor son los lentes. Quebré mis lentes hace dos meses y estoy usando unos viejos con la graduación de hace dos años.
Efemérides: Hace 20 años se firmó la Ley de Amnistía. La ley por la cual no se pueden juzgar los crímenes de lesa humanidad perpetrados en el conflicto armado, del que comentaba hace un par de días. A veces pienso que más que la paz, se debería recordar ese momento, donde todo empezó a ser virtual. Donde nos acostumbramos a que la democracia fuera abstracta.
Hay que comer.
[Demos gracias por la invención del wok].
Hay entonces un momento en el que uno quisiera guardar el velo de la ignorancia. Y no. Uno ve a su país, desde lejos. Duele. Como para recordarnos hace 20 años de la Amnistía, hace 80 que mataron a Farabundo Martí, como si viviésemos en el eterno retorno, hoy una de las instituciones creadas después de los Acuerdos de Paz, la Policía Nacional Civil ha pasado a ser dirigida por un militar, digo, por un militar retirado. Que para el presidente que lloró en la conmemoración de los Acuerdos de Paz y pidió perdón a las víctimas de la masacre del Mozote perpetrada por el Batallón Atlacatl hace 31 años, un militar retirado es un civil. Igual que el recién nombrado ministro de seguridad.
Entonces en redes sociales, el descontento. Uno piensa que debe decir, por poco que lo escuchen. Por poquito, uno se siente mejor. Que otros lo secundan. Uno se siente parte de algo. Aunque estoy aquí. Lejos de todo. Y al final todo esto, es nada. Es nada comparado con 70,000 muertos de una guerra que no se termina de terminar.
Tengo que regresar a mi casa. Camino a las 8 de la noche por un parque oscuro con una laptop con una tranquilidad que sorprendería a mexicanos y salvadoreños. Este país no logra darme miedo. Mi noción de seguridad es relativa. Pienso entonces que sí que estoy lejos. Porque me siento segura.
Llego a la casa. En el poco tiempo que uno se desconecta puede pasar o dejarse de enterar de cosas importantes. Como que un amigo lo necesita. Y que mañana tocará enfrentar a unos de sus miedos que parecen pequeños con respecto al amor que le tenés a tu amigo.
Entonces uno no sabe qué hacer. Si escribir de mi país que me duele con números y datos en lenguajes que se me mezclan y me confunden, o escribir y contar. Que es lo único que uno espera que le salga bien. Como catarsis. Como si contar aliviana las cargas.
Pienso que pienso muchas cosas. Tengo mucha MUCHA información y me cuesta organizarla. Porque cuando empiezo a leer cosas de economía me vuelvo economista. Cuestiones de la multisituación del self, decían en mi clase de análisis cuali.
Y eso me estresa. Porque tengo que leerme a mí misma como si fuera otra, de lejos, afuera, sociodemógrafa.
Me cambio. Me pongo chamarra y bufanda, que sé que me tendré que quitar más tarde. Porque luego hace calor.
Me encuentro con un amigo. Nos vamos a trabajar a un café. Para cambiar de aires. Me duele la cabeza. Puede ser que se me quite con el café. No tanto. Mi amigo me interrumpe contándome de sus lecturas (trabaja migración y fecundidad). Todo me enoja. En algún momento, le digo "Ser mujer es una mierda". No importa la lectura de Nepal, México o de Thailandia, las mujeres salen perdiendo siempre.
Mi computadora se apaga cada cinco minutos. La odio ya. La pobre que ha sido tan fiel en sus tres años y medio (o más) de compañía.
Me sigue doliendo la cabeza. A lo mejor son los lentes. Quebré mis lentes hace dos meses y estoy usando unos viejos con la graduación de hace dos años.
Efemérides: Hace 20 años se firmó la Ley de Amnistía. La ley por la cual no se pueden juzgar los crímenes de lesa humanidad perpetrados en el conflicto armado, del que comentaba hace un par de días. A veces pienso que más que la paz, se debería recordar ese momento, donde todo empezó a ser virtual. Donde nos acostumbramos a que la democracia fuera abstracta.
Hay que comer.
[Demos gracias por la invención del wok].
Hay entonces un momento en el que uno quisiera guardar el velo de la ignorancia. Y no. Uno ve a su país, desde lejos. Duele. Como para recordarnos hace 20 años de la Amnistía, hace 80 que mataron a Farabundo Martí, como si viviésemos en el eterno retorno, hoy una de las instituciones creadas después de los Acuerdos de Paz, la Policía Nacional Civil ha pasado a ser dirigida por un militar, digo, por un militar retirado. Que para el presidente que lloró en la conmemoración de los Acuerdos de Paz y pidió perdón a las víctimas de la masacre del Mozote perpetrada por el Batallón Atlacatl hace 31 años, un militar retirado es un civil. Igual que el recién nombrado ministro de seguridad.
Entonces en redes sociales, el descontento. Uno piensa que debe decir, por poco que lo escuchen. Por poquito, uno se siente mejor. Que otros lo secundan. Uno se siente parte de algo. Aunque estoy aquí. Lejos de todo. Y al final todo esto, es nada. Es nada comparado con 70,000 muertos de una guerra que no se termina de terminar.
Tengo que regresar a mi casa. Camino a las 8 de la noche por un parque oscuro con una laptop con una tranquilidad que sorprendería a mexicanos y salvadoreños. Este país no logra darme miedo. Mi noción de seguridad es relativa. Pienso entonces que sí que estoy lejos. Porque me siento segura.
Llego a la casa. En el poco tiempo que uno se desconecta puede pasar o dejarse de enterar de cosas importantes. Como que un amigo lo necesita. Y que mañana tocará enfrentar a unos de sus miedos que parecen pequeños con respecto al amor que le tenés a tu amigo.
Entonces uno no sabe qué hacer. Si escribir de mi país que me duele con números y datos en lenguajes que se me mezclan y me confunden, o escribir y contar. Que es lo único que uno espera que le salga bien. Como catarsis. Como si contar aliviana las cargas.