El otro día, después de leer el post de Kyuutz, él me dijo que pues viniendo del país que vengo quizás podría entender un poco más la violencia de México, cuando le dije que no iba a comentar.
A veces siento que no tengo todos los elementos de análisis. No sé de historia mexicana, no he vivido mi vida acá. Cualquier cosa que diga está sujeta a "pero vivís de este país" y con eso pueden cerrarle la boca a cualquiera.
No lo sé.
El asunto es éste. Me duele todo. Ya no soy solo salvadoreña. Después de tres años y sabiendo que estaré aquí por lo menos tres años más, implica que no soy solo salvadoreña. Y es así. Monterrey pienso y ya no es una idea abstracta.
Vengo de un país pequeñito. Normalmente se me hace que en México por lo menos hay 32 El Salvador, uno por cada entidad federativa. Y se me hace difícil comprender esa unidad como nación, como país siendo tantos y tan diversos. Hay "países de México" de los que no sé nada. Pero ya la ciudad de Monterrey ya no es para mí esos estudios de movilidad social de Patricio Solís que leí. Ya no es eso. Conozco a varios regios. Tienen cara y tienen nombre. Y entonces ya no puedo sacudirme las cosas como extranjera errante de paso. Ese tipo de alejamiento que uno tiene cada vez que lee noticias de violencia en lugares tan distantes como Afganistán, Libia, Irak o cualquier otro cruzando el charco, eso que uno se indigna un ratito y luego sigue con todo, muy normal.
Entonces veo estas cosas Monterrey, Torreón que se unen a lo que ya sabemos de Juárez, Tijuana y los eventos como la matanza de los migrantes y otras historias de la frontera sur. Es la violencia que ya no sólo afecta a los más oprimidos (como los migrantes) si no que nos dice que todo está haciéndose anárquico. Entonces me viene el flashback de cuando las maras hicieron su supuesto "toque de queda" o los buses quemados en mi país. La sensación esa de "todo puede pasar". Esta idea del miedo, de lo simbólico, de la ostentación del poder que ya deja pequeñito a los gobiernos.
Leo las noticias en El Salvador y veo muerte por todos lados. Y me duele mi país - y a veces me da culpa de estar acá "a salvo", porque además soy de esa generación que se recuerda que la metían de jugar por el toque de queda, de los colchones en la puerta del cuarto en la ofensiva y ve como se cuentan y cuentan los muertos en El Salvador ahorita que estamos en paz (pues deben ir a crónicas guanacas, un blog donde se cuenta no con números este tipo de historias). Soy, quizás como muchos, fácilmente impresionable, fácilmente me da miedo. Fácilmente me duele.
Me duele mi país y me duele el país donde vivo. Y lo peor del caso es que no sé qué podría hacer yo, ni en un lugar ni en el otro. Porque estoy lejos de uno y al otro todavía no lo entiendo por completo.
A veces siento que no tengo todos los elementos de análisis. No sé de historia mexicana, no he vivido mi vida acá. Cualquier cosa que diga está sujeta a "pero vivís de este país" y con eso pueden cerrarle la boca a cualquiera.
No lo sé.
El asunto es éste. Me duele todo. Ya no soy solo salvadoreña. Después de tres años y sabiendo que estaré aquí por lo menos tres años más, implica que no soy solo salvadoreña. Y es así. Monterrey pienso y ya no es una idea abstracta.
Vengo de un país pequeñito. Normalmente se me hace que en México por lo menos hay 32 El Salvador, uno por cada entidad federativa. Y se me hace difícil comprender esa unidad como nación, como país siendo tantos y tan diversos. Hay "países de México" de los que no sé nada. Pero ya la ciudad de Monterrey ya no es para mí esos estudios de movilidad social de Patricio Solís que leí. Ya no es eso. Conozco a varios regios. Tienen cara y tienen nombre. Y entonces ya no puedo sacudirme las cosas como extranjera errante de paso. Ese tipo de alejamiento que uno tiene cada vez que lee noticias de violencia en lugares tan distantes como Afganistán, Libia, Irak o cualquier otro cruzando el charco, eso que uno se indigna un ratito y luego sigue con todo, muy normal.
Entonces veo estas cosas Monterrey, Torreón que se unen a lo que ya sabemos de Juárez, Tijuana y los eventos como la matanza de los migrantes y otras historias de la frontera sur. Es la violencia que ya no sólo afecta a los más oprimidos (como los migrantes) si no que nos dice que todo está haciéndose anárquico. Entonces me viene el flashback de cuando las maras hicieron su supuesto "toque de queda" o los buses quemados en mi país. La sensación esa de "todo puede pasar". Esta idea del miedo, de lo simbólico, de la ostentación del poder que ya deja pequeñito a los gobiernos.
Leo las noticias en El Salvador y veo muerte por todos lados. Y me duele mi país - y a veces me da culpa de estar acá "a salvo", porque además soy de esa generación que se recuerda que la metían de jugar por el toque de queda, de los colchones en la puerta del cuarto en la ofensiva y ve como se cuentan y cuentan los muertos en El Salvador ahorita que estamos en paz (pues deben ir a crónicas guanacas, un blog donde se cuenta no con números este tipo de historias). Soy, quizás como muchos, fácilmente impresionable, fácilmente me da miedo. Fácilmente me duele.
Me duele mi país y me duele el país donde vivo. Y lo peor del caso es que no sé qué podría hacer yo, ni en un lugar ni en el otro. Porque estoy lejos de uno y al otro todavía no lo entiendo por completo.