El martes, al finalizar la reunión de mi asesora de tesis:
-Pero las correcciones las quiero para esta semana.
-¿Sábado?
-Sí
-¿A qué horas pueden?
-Pues yo no trabajo sábado -dije. Miré a mi compañera-que-sí-trabaja-los-sábados:
-Yo puedo en la tarde -dijo sonriente
-Perfecto ¿A las tres?
-Sí... yo puedo después del medio día.
-¡Mejor! -dijo mi asesora.
Así, tengo reunión de tesis justo a la hora del partido. Pero en el momento no había caído en la cuenta. Es que ya La Liga no es para mí lo que era antes. Quizás de una vez por todas caí en la cuenta que soy salvadoreña y no debe importarme la Liga Española. Hoy venía del trabajo, parecía que llovería y entonces vi a mi lado: un tipo de un bar colgaba una bandera de cada equipo. Y entonces caí en la cuenta, más allá de las bromas de salir de mis compañeros de trabajo, de las noticias, de los planes de los amigos que se oían como ecos lejanos en mi cabeza... Justo mi reunión era a la hora del partido... inmediatamente me puse nostálgica.
Durante mis años (mozos) de bachillerato, recuerdo que íbamos a la hora del almuerzo a sentarnos frente a los televisores de un almacén, en el centro comercial que quedaba a la vuelta del colegio. Así veíamos lo partidos, o lo que alcanzara (a veces tocaba llevarse un audífono, consultar con el que tenía hora libre, decirle "por favorcito, avisá si echan gol"). Pantalla gigante + cristal - sonido. Y éramos felices. Y yo pensaba que Redondo era de los mejores jugadores y no podía pedir yo más que un beso de Iker Casillas, como buena quinceañera.
Raúl tuvo algún hijo. Y luego Redondo se fue. Lo vendieron. Trajeron a Figo. Trajeron al lindo (demasiado para un futbolista) Beckham. Y claro. Entendí. Todo cambia. Todo se vende.
Quizás luego me acuerde de cómo yo iba a mis reuniones de tesis, con nostalgia. Sin recordarme exactamente porqué la estoy haciendo.
Y salut por el clásico.
Durante mis años (mozos) de bachillerato, recuerdo que íbamos a la hora del almuerzo a sentarnos frente a los televisores de un almacén, en el centro comercial que quedaba a la vuelta del colegio. Así veíamos lo partidos, o lo que alcanzara (a veces tocaba llevarse un audífono, consultar con el que tenía hora libre, decirle "por favorcito, avisá si echan gol"). Pantalla gigante + cristal - sonido. Y éramos felices. Y yo pensaba que Redondo era de los mejores jugadores y no podía pedir yo más que un beso de Iker Casillas, como buena quinceañera.
Raúl tuvo algún hijo. Y luego Redondo se fue. Lo vendieron. Trajeron a Figo. Trajeron al lindo (demasiado para un futbolista) Beckham. Y claro. Entendí. Todo cambia. Todo se vende.
Quizás luego me acuerde de cómo yo iba a mis reuniones de tesis, con nostalgia. Sin recordarme exactamente porqué la estoy haciendo.
Y salut por el clásico.