Martínez, el parelelepípedo y la ventana.
Cuando creé a Martínez, me dije que no cometería los mismos errores que con José. Así que por eso, no le puse un nombre, ni eso. A José lo había encerrado en una esfera azul, con un poco de agua y luz. Además el oxígeno entraba libremente. Y no. No. Nadie me había dicho lo peligroso que es el oxígeno, así sin indicaciones. Por eso, Martínez está encerrado en un paralelepípedo. Claro, tiene tres días de pasar pegado contra la esquina. En la oscuridad… Pobre Martínez...(Me sirve su pobreza, me hace grande, debo aceptarlo).
He decidido ponerle una entradita de aire, le había hecho un par de agujeros. Hoy pienso que una ventanita sería mejor. Pero no sé… La luz… Con eso de la fotosíntesis, no sé qué podría pasar ¿Qué tal que se fotosintetizara todas mis oraciones y órdenes? No estoy todavía preparada para eso de la sublevación y la rebeldía. No, no después de José. Con ese aprendí. Así que Martínez sigue en el paralelepípedo (que no es más que un cajón, pero esa es una palabra elegante, una que Martínez aprenderá a cabalidad). Sigue en la esquina. Y la verdad creo que es cómodo para él. Entiendo que el calor hace que busque el frío del piso y las paredes. Eso lo entiendo. Pero no entiendo el porqué de las lágrimas. Por eso no le doy la ventana.
Al otro lado de la ventana, no están -como sí lo están dentro del prisma-cajón - los zapatos verde celestes que cuestan la mitad de tu salario ni la mitad del aguacate que me comí en la tarde (que tiene un color muy similar a los zapatos) ni mucho menos está el hacer reportes sobre datos que pueden ser no ciertos… Al otro lado de esa ventana que no le construyo a Martínez está José en su esfera, junto con Adriana -la que se suicidó a sus quince años hace tres días- y cerca está el señor que intentaron secuestrar la semana pasada y murió a dos cuadras de mi casa, luego de que los secuestradores que lo perseguían chocarán contra él, mientras el intentaba salvar a su hijo, al que hubiera llevado por una pizza.
Abril, 2005.
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